Nao, una mujer casada, escuchó rumores de que en el barrio había muchos ladrones que sólo robaban sillines de bicicletas. Dígale a su esposo que Nao tuvo muchas ocasiones de andar en bicicleta y le dijeron que tuviera cuidado. Nao asumió con optimismo que se trataba de una historia inconexa, pero en realidad la estaba siguiendo un hombre de sillas de montar. Un día, cuando intentó ir a comprarla, descubrió que le habían robado la silla de montar de su bicicleta. Un hombre que sostenía una silla le habló cuando lo vio y ella se giró hacia Nao, enojada.